lunes, 23 de mayo de 2016

Violencia pública en Colombia, 1958-2010. Juan Duarte - Sergio Jimenez

Juan Pablo Duarte Rúa
Sergio Antonio Jiménez Ruiz
Uno no los ve, dice un campesino, porque uno desde que oye decir que viene un grupo de paramilitares, o que viene una tropa de ejército o lo que sea, uno no espera para mirar. Porque uno no tiene la seguridad si vienen a conversar con uno o si vienen es a matarlo” (Palacios, M. pp. 59)
La violencia, como concepto y objeto nacional de estudio sociológico, empieza a pensarse tras la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, las definiciones asociadas a la explicación del fenómeno en el país constituyen un indeterminismo importante que el autor se propone encauzar. “Palabras, Momentos y Lugares de un Conflicto Armado Inconcluso” se transforma no sólo en una lección semántica, sino histórica, de los lugares y momentos surgidos en la dinámica de confrontación de las élites del poder y las élites guerrilleras. Los primeros que pensaron sobre la violencia, argumentaron su advenimiento con la metáfora de una “bola de nieve”: al no mantenerse la etapa “telética”, es decir, la política orientada por la razón hacia los objetivos, se degeneró rápidamente hacia la violencia indiscriminada. Sin embargo, la violencia puede rastrearse desde la campaña independentista, en paralelo con un sistema de valores de carácter circular, de coacción y de cerramiento sociales en gran escala.
Marx, complementando a Hegel, mencionó que los hechos no sólo se repiten dos veces, sino que adquieren carácter de tragedia y comedia en ése orden. Sin embargo, en Colombia parece ir más allá y convertirse en una espiral enfermiza donde ya no existe el humor de la reiteración sino la náusea de la habituación: una habituación en el caos. Los períodos cíclicos elecciones-violencia-elecciones  de un Estado discapacitado, desfinanciado, incapaz de organizar o representar a la sociedad en su conjunto, abandona amplios sectores geográficos y sociales nacionales. “¿A quién se obedece cuando no hay rey?”, El Carnero, de manera irónica, representa cómo la idiosincrasia de las familias oligárquicas “torpedeaban” desde el principio el funcionamiento institucional del Estado. Para finales de la segunda mitad del siglo XX la élite gobernante, al son de Estados Unidos, le declara la guerra a las drogas y al terrorismo. El Frente Nacional se configura en un institucionalismo de puerta cerrada descartando la táctica populista. De un lado, la guerrilla, en estado de despersonalización tras la Guerra Fría; del otro, los paramilitares, más cercanos a las élites gobernantes, ambas dentro del juego económico del narcotráfico y la lucha por territorios, impulsoras de la “modernización mafiosa”. La población civil se socializa envuelto en este coctel de “países”, discriminado políticamente y excluido socialmente, imprimiendo en su piel el terror del conflicto. La función que en otra época ejercía el bipartidismo para configurar identidades en el pueblo, ahora es un indeterminismo producto del influjo de tantos leviatanes (los “tres países”).
¿Cómo podemos acabar con el círculo vicioso elecciones-violencia-elecciones?
¿Qué efectos produciría una legalización del mercado del narcotráfico?


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