lunes, 23 de mayo de 2016

Sobre la Crítica y su Carencia en las Españas. Juan Duarte - Sergio Jimenez

Sobre la Crítica y su Carencia en las Españas
Juan Pablo Duarte Rúa
Sergio Antonio Jiménez Ruiz
La simulación es un elemento de toda vida social. (…) Y tanto el teatro como la envidia pueden ser factores positivos en el desarrollo de la sociedad. (…) Pero en las Españas, la envidia no se traduce en competencia, sino en odio cainita y en ciego rencor (…) Y el teatro no tiene la función de “presentar al Yo en la vida diaria”, sino de negar a los demás, impedir que lleguen a más.” (Gutiérrez, R. pp. 50-51)


A finales del siglo XVIII, las Españas, bastiones de la Iglesia, se enfrentaban al advenimiento de la crítica. La “mayoría de edad” kantiana amenazaba la estabilidad de la “Santa Madre” que en su defensa elabora formas dogmáticas de pensamiento, caracterizadas por la incapacidad de plantear problemas o discutirlos, y la apatía por la investigación y exploración. El pensamiento crítico en las Españas se ahoga en el océano clerical; el krausismo y el positivismo enarbolado por tímidos voceros, fueron condenados a la persecución y a la conveniencia de la Santa Madre. Las Españas, como consecuencia de la negación de las ideas externas, se transforman en una cómoda burbuja desde donde ejercen las normas del dogmatismo y el rastacuerismo, y sus hijos, los hispanos, se ven (nos vemos) permeados de dicha herencia cultural: el pupilaje. El Sapere aude concebido fuera de las Españas es algo diametralmente distinto a la “cientificidad” española; dicha concepción kantiana es transformada en una burda construcción conveniente al rastacuerismo. Impulsada por la tecnocracia de los 60s, la Universidad es transportada del “ideal individualista” alemán, al “ideal colectivo”, y la crítica surgida de la individualidad es sustituída por la indiferencia surgida de la ambigüedad: emerge la utópica “generación superflua”.

El 21 de Octubre de 1916, Torres Giraldo, editor del periódico El Martillo en Pereira escribía: “Ah, ¡pueblo rebaño! Bien mereces el látigo que fustiga tus endurecidas espaldas”. Quizá podemos apelar a Giraldo. Podríamos concebir en actitud fatalista el advenimiento de líderes que, en virtud del ethos heredado, niegan los paros y movilizaciones cívicas, afirman falsos doctorados o incluso de “investigadores” que plagian imágenes estelares: admitir que nuestro fracaso para escapar de la burbuja rastacuerista ya está determinado. O en su lugar, en acto de suprema humildad y sabiduría, sobreponernos por un momento a nuestros propios prejuicios y ubicarlos bajo la luz de la crítica, brillante por su ausencia. La experiencia de saber que no somos el “ombligo del mundo” (quizá mejor, el país “más feliz del mundo”) puede ser abrumadora, y el deseo de volver a los brazos de la Santa Madre sea intenso.  Sin embargo, recordaremos entonces a figuras como Giordano Bruno, el monje dominico que enfrentó sus propios prejuicios, no sin temor, pero con el valor para encontrarse no sólo con una realidad que nos ofrece el ejercicio que Kant definiría luego “crítica”, sino con la emancipación, y esto último, es todo lo contrario a un condenatorio fatum.
¿Ha sido la Universidad Nacional dogmática en relación a ideologías “de izquierda”?
¿La historia nacional (como en Macondo) es cíclica, por su dogmatismo?



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